Por: Carmen Muñoz de González
La cultura de las plañideras es muy antigua. A las que se les pagaba por llorar en el entierro de una persona. Aquí en Villa de Cura hubo un muchacho (Aníbal) que acompañaba los entierros y lloraba, lloraba al lado del féretro. Este joven siempre deambulando por las calles, sano él, sin malicia. Todo el pueblo lo quería. Se le saludaba con estima: "-¡Epa, Aníbal !
Arrastrando las pesadas cadenas de la vida, sin hacerle daño a nadie, sólo su plañido lastimero asimplado en aquel entierro que solía acompañar desde la salida de la iglesia hasta el cementerio.
Hubo una importante diferencia entre Aníbal y las plañideras profesionales: él nunca cobró por llorar a un difunto. Ahora solo su sollozo campechano queda en el viento y su recuerdo en quienes le conocieron.