Antes, en esa Villa de Cura añorada, cuando la Plaza Miranda se llenaba de tantos muchachos jóvenes (y viejos también) para compartir la tertulia y de los chicos que salían del liceo que la tenían como punto de encuentro, de esas reuniones surgieron muchos sobrenombres. motes, apodos, alias.
Los hay (o había, porque ya algunos han desaparecido) de todo tipo: El Burro, El Piojo, El Gorila, Sal de Higuera, Cantaclaro, Cachita, Ripillopo, El Perrote, El Oso, Romana de Palo, Oficial Gallo Loco, La Sirena, La Danta, Marabunta, Masca Vidrio, Gua Si Gua No, Agujita, Rueda´e Piña, Coco´e Pico, Cachete, Chipolo, El Cochina y pare usted de contar. “Morochos”de todo tipo, Musiúes, Negros, Chiquitos, bueno pues.
Esos sobrenombres podían tener como origen el trabajo u oficio que realizaran o un “pelón” que hubieran cometido. También se tomaban nombres de personajes de comiquitas, como Torómbolo, mi amiguito.
Muchas veces el nombre real pasaba al olvido y se les conocía solo por el sobrenombre en cuestión.
Muchas veces también hubo quien pasara un mal rato como consecuencia de mencionar algún apodo, como cuando una linda chica se encontró en el mercado a una señora y, con alegría, le preguntó:
“¿Y cómo está… (Y aquí insertó el apodo de marras)?
Y la dama le respondió con reticencia: “Mi hijo, el doctor Fulano de Tal, para que se lo cepille” (Que era como decirle "Para que lo sepa")
Bullying o floclor popular, compañerismo o sana camaradería… Todo es de acuerdo con el cristal con que se mire.
Mi esposo no se escapó al apodo, pero me lo reservo. El que lo sepa que lo escriba, ja, ja,ja, yo no