martes, 7 de abril de 2015

LA PEDRADA

Por: Carmen Muñoz de Gonzalez
Villa de Cura, estado Aragua



Mi querida Villa de Cura en tiempos de mi abuela. Con sus casas grandes, amplios zaguanes y patios extensos donde la muchachada se divertía y los mayores criaban sus gallinas, cochinitos ¡Y hasta una vaca!

En medio del patio la mata de tapara frondosa donde las gallinas a punto de seis se recogían a su refugio “y que seguro” – decía uno -.

Al vecindario llegó una señora de baja estatura y con ella – al tiempo -  aparecieron los espantos.Decía que había visto una mujer con bata blanca cerca de la batea, que había oído un niño llorando junto a la mata de guayaba, que allá junto al tanque de piedra que nos proveía de agua había salido una culebra y luego se había transformado en mujer  ¡Dios! Mil y una cosas contaba en la pulpería de la esquina.

Mi abuela Rosa María – pícara al fin – comenzó a notar que las gallinas mermaban y, ni tonta ella, anotó cuántas había.

Un día, al llegar mi mamá de la escuela, comentó que Joseíto, el hijo de la nueva vecina, comía pollo todos los días y ellos sólo los domingos. Mi abuela, pensativa, le dijo:

-Ajá, mijita y tú comes huevos ¿Y qué?

Pero esa noche, después que nos acostamos, ella se escondió y por la ventanita de la cocina que daba al patio vigiló toda la noche.

Así pasó varias noches hasta que, en una de ellas, vio un celaje que  ¡Zuas! Se subió al taparo. Las gallinas se alborotaron.  De inmediato mi abuela quitó la tranca de la puerta y con su fino tiro de mano zurda le dio su mera pedrada en la cabeza. Atinó completico y gritó:

- ¡Ni onza ni zorro ni espanto, hasta aquí comes de mis gallinas, mala vecina!

Al día siguiente, en lo que llegó a la pulpería y le vieron el chichón, el pulpero entrépito al fin, preguntó a la vecina:

-¿Qué le pasó allí?
-Nada, señor Elías, tropecé con una piedra.

Pero mi abuela también estaba en la pulpería y entre risas intervino:

- Con tal que no vuelva a tropezar con la misma piedra, mijita.

Hasta ese día se oyeron los cuentos de espanto y Joseíto no comió más pollo.
¡Qué mal gusto tenían esos viejos…asustar a los niños con espantos!     
       

COMENTARIOS

De: Saúl Albano Nicolai Maravilloso relato!!

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