Por Carmen Muñoz de González
Un viernes de Cuaresma, luego que salimos de la escuela, nos reunimos en el patio grande, espacioso, de la casa de las Pérez, a jugar el escondite, policía y ladrón y la ere paralizada. En una de esas, como a las 6:30 de la tarde cuando ya iba cayendo la noche, inventamos amarrar a un chico a una silla. El juego era de vaqueros e indios. Como nos gustaba El Llanero Solitario, jugábamos recreando las historias vistas en la tele. Pero en una de esas, La China vio como un celaje la figura de una mujer que pasó, pero deslizándose en el aire ya que no llevaba pies. Aterrorizada exclamó:
-¡Véanla!
La gritería alegre de todos fue sustituida por el silencio y cada uno de nosotros sí tenía pies pero ¡Para correr a la casa! Y detrás de nosotros, corriendo como bien podía también el chico amarrado a su silla y todo.
Eso sí, ese día nos quedó muy clara la lección: En tiempos de Cuaresma no se puede jugar en el patio hasta tarde.
¡Cuaresma, tiempo de oración, penitencia y reflexión!
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