Antes, la gente aledaña al pueblo, tenía su burrito que hacía las veces de medio de transporte y, a falta de autos, buenos transportistas eran los mismos.
La tía Senovia tenía un primo, muy educado él, todo un caballero, leía mucho para la época.Se había enamorado de una chica no muy estudiosa. Él era tan preparado que hasta sabía dónde quedaba Tucusiapón y la gente quedaba asombrada de su vasto conocimiento.
La chica en cuestión estudiaba Secretariado Comercial y debía presentar unos exámenes finales. La muy distraída se va al patio a estudiar, pero a eso de las tres de la tarde le llega un olor a café recién colado, proveniente de un solar cercano y sale como alma que lleva el viento tras el religioso cafecito para acompañar las rebanaditas.
Cerca de una mata de cují estaba Serafín amarradito mascando. Allí mismo, cerquita, había colocado la chica su silla para estudiar. Deja los libros y cuadernos sobre ella.
¿Qué hizo el burro? Nada más y nada menos que comerse los cuadernos.
Al volver la joven a su actividad, que había suspendido por un ratico, pega el grito:
-¡Mamá, el burro se comió mis cuadernos!
Se forma el zaperoco. La mamá la regaña, la abuela la reprende por descuidada. La muchacha discute, se defiende. Ante las dificultades los ánimos se alteran. Entonces llega el papá, que era muy jocoso, dice:
-Bueno...¿Cuál es el problema? ¿Por qué tanto alboroto? Manden al burro a presentar el examen que a lo mejor sale mejor que ella.
Qué ironías tiene la vida, cuando la gente no quiere estudiar cualquier excusa es buena...
¡Valgame Dios!
Carmen Muñoz de González
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