Muchas veces pensamos que los accidentes emocionales les ocurren sólo a los humanos, pero, no, los animales también los sufren, aunque a veces vemos lo extraordinario como ordinario. La vida es grandiosa porque es un regalo de Dios.
Dos cuentos... ¡Siempre los cuentos que les pasan a la gente!
Mi afectísima amiga, doña Margot, me relata que "por allá", en la comarca donde ella se crió realizaron un gran baile de joropo, un evento espectacular.
En todos los alrededores no se oía hablar de otra cosa que del baile.
Llegó el día. Las muchachas bien bonitas ellas, perfumaditas y listas a engalanar la velada. Y los chicos... ¡Ni se diga! Con sus alpargatas listicas para joropear.
El dueño del baile comenta que necesita unos burros para transportar algunas personas que no deseen irse a pie.
Bueno, que a mi amiga le tocó uno muy manso, tranquilo, agarró su camino lenta y silenciosamente en ese amanecer deslumbrante. Pero cuando ella se fija, el dicho burro va derechito al solar de una casa y se plantó sueño hubo forma ni manera que arrancara. De la casa salió un hombre que le dijo: "Tranquila, ese es mi burro y hasta aquí llegó" ¡La fuerza de la costumbre!
Otro día ella va muy linda de medio ladito en su burro, paseando a trote suave por el camino al pueblo. Ya cuando llegan a la entrada se ve a una burra que está amarrada en el botiquín, y el muy loco dio un salto tan brusco y fuerte que la sacó por encima llenándola todita de polvo y rebuznándole a la dichosa burra que se había prendado de ella y quería impactar.
Pero mi pobre amiga, doña Margot, fue la que recibió todas las consecuencias del loco amor a primera vista del dichoso burro.
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