miércoles, 16 de septiembre de 2015

MI TANQUE DE AGUA



Por: Carmen Muñoz de Gonzalez


Los adelantos muchas veces son el atraso de los pueblos. Complicado pero...

Cuando el agua se va ¡Cómo añoro mi tanque de piedra!

Grande, majestuoso, tapado con una lámina de zinc para que no le cayeran hojas de los

 árboles. Y su tapón: una tusa.

¡Qué práctico en vacaciones! Servía de piscina. Allí pasaba mis ratos rodeada de árboles 

frondosos.

Yo nací y me crié en una casa grande, amplia, de la calle Sucre, donde hoy día funciona la 

escuela San Luis Rey.

Retomo la idea: los tanques desaparecieron de los patios centrales de las casas. 

 Modernismo: tanques de plástico. Más cómodos, cilíndricos, pero difíciles de llenar: que si 

la bomba...¿Y si no hay luz?  ¿Y si el agua es poca?  Bueno, veinte mil problemas.  En 

cambio, las piletas allí, espléndidas.  Hasta había una casa cerca que tenía seis tortugas 

que servían para rejuvenecer el agua.  

Antes no escaseaba tanto el agua, pero yo eché los dientes en mi querido tanque.

Saltones debía tener, nadie se preocupaba de eso.  Del dengue menos  ¡María purísima! 

El tanque servía para recoger el agua de lluvia.  Era nuestra fuente natural de agua y de

 esparcimiento.


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