Carmen Muñoz de González, Villa de Cura
Otra prima mía, experta en pesebre, los realizaba desde las más bellas expresiones típicas venezolanas, hasta el espectacular establo donde nació el Niño Jesús.
Habitaba con ellos una perrita de raza Poodle.
Había una gran simbiosis entre la perrita y la dueña. Le adivinaba casi todas las acciones que la perrita realizaba. Pero tenía una particularidad: cuando estaba en celo se volvía posesiva de todo lo que la rodeara. Y este celo coincidió con el día dedicado a la elaboración del Nacimiento.
La perrita se apoderó de una de las ovejas, una linda oveja que le había traído una amiga desde España. Esa ovejita era su más preciado tesoro.
Pues, la perrita la tomó, la llevó a su camita y la cobijo como si de un cachorrito suyo se tratase.
No permitía que nadie se le acercara, pero mi prima, en un descuido de ella, la tomó de nuevo colocándola en su sitio en el pesebre. Esto desencadenó una furia tremenda sobre el Nacimiento por parte de la perrita, quien en su ataque descalabró al Niño, quien perdió una piernita.
La perrita se sentó en todo el centro, empoderada del sitio.
Muñoz: Dando a entender que eso era de ella y nadie podía tocárselo
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